A manera de reflexión sobre la parafernalia con que se festeja la Independencia, nuestra compañera aborda el México actual
Nueva Patria Nuestra
La Patria: representada siempre como sinónimo de pureza y libertad; acompañada siempre por un halo de misteriosa divinidad, sostiene en su mano izquierda el asta de la bandera nacional y mira con orgullo hacía delante, como esperando un brillante porvenir que nada tiene que ver con el presente bañado en sangre que los mexicanos hemos sido obligados a soportar desde que somos mexicanos. En su mano derecha sostiene con firmeza la constitución, que tiene como base la cultura tradicional mexicana, una constitución que plasmada a la realidad nadie respeta, y que aún en el papel, con aquellos principios de libertad e igualdad provenientes de la ilustración, no está exenta de ciertas políticas discriminatorias, llenas de ese bastardo sentido religioso del que somos herederos y esclavos aún como sociedad.
Atrás observamos al águila que devora a una serpiente, referencia más que obvia del mito azteca: gloriosa y llena de poder el águila derrota al enemigo temido del pueblo, un símbolo de la grandeza de una raza legendaria con la que buscamos desesperadamente identificarnos, una referencia que parece más una chiste de mal gusto, ya que en la actualidad más pareciera que los papeles se invirtieron y el águila es devorada por la serpiente, una serpiente con pinta de basilisco multifacético que ora tiene rostro de delincuentes violentos y sanguinarios ora de hombres trajeados que se dicen defensores de la ley. Y es que no puede haber mentira más grande que la que nos intentan hacer creer con festejos patrios y fe ciega y absurda: que estamos en movimiento, que vamos caminando derechito al progreso, que vamos a salir de toda esta miseria que nos hunde y nos ahoga sin que nos demos cuenta. En realidad, y tratándose del mejor de los casos, estamos varados a la deriva de una nada infinita, llena de miles de caminos: estamos ahí, sin nada más que nuestros cuerpos, en una soledad colectiva de la que no podemos escapar. Somos seres que buscamos desesperados un camino, una identidad, y fue Hesse quien encontró las palabras necesarias para poderlo expresar: “El pájaro rompe el cascarón. El huevo es el mundo. El que quiere nacer tiene que romper un mundo [...]” El mexicano debe romper un mundo, dejar de disfrazarse y comenzar a ser él mismo, diseñar su propio universo, de otro modo, no podrá seguir existiendo, será tan incompatible consigo mismo que no entenderá de pluralidad o diferencias, y morirá en silencio sin si quiera antes haber existido. El mexicano debe romper este universo que ha adoptado como suyo y comenzar a edificar uno nuevo. Dejar atrás lo que nunca fue, para poder comenzar a ser.
BSQ